Nublado y borroso


La segunda consulta fue con traumatología. Empecé a encontrarme muy mal. Cada día me mareaba más y me costaba mantener el equilibrio. No sabíamos porque me pasaba, pero eso no me impedía seguir yendo a clase.  Además, el dolor no se había alejado de mi ni un momento. 

Iba con miedo a su consulta, ya no por no saber qué podía tener, sino porque sabía que ella no me creía.

Mi médico que cabecera decía que el mareo era provocado por un efecto secundario de la Lyrica (pregabalina) y que dado la magnitud de los mareos que tenía, lo suyo era dejar de tomarla. Pero que él no podía interferir en el tratamiento impuesto por la traumatóloga que me seguía viendo y, por lo tanto, tenía que esperar a la siguiente consulta con ella.

El día de su consulta yo ya no podía estar de pie sin caerme. Dos familiares me acompañaron cogiéndome por los brazos, aguantándome. Recuerdo que ellos seguían hablando sobre si era verdad la sintomatología que tenía o si era para llamar la atención. Yo solo pensaba que no era el momento. 

Llegamos a la consulta como pudimos. Pero no paraban de hablar del tema. Que si uno había dicho, que si el otro pensaba esto, que si a aquel le ha ido bien la acupuntura, que si hay un sanador en el pueblo, que si debería volver con la psicóloga… Y yo intentando no vomitar del mareo. Bueno, del mareo y supongo que también escuchar eso no ayudaba.

Entramos en la consulta y yo ya no decía nada. No me atrevía. Solo pensaba, ¿para qué? ¿Servirá de algo? Seguramente no. Tantas veces me habían dicho que lo hacía para llamar la atención… ¿De qué servía opinar ante personas que lo creían? ¿Para que pensaran aún más que lo hacía como una rabieta de niña chica? Pues no. No lo permitiría. 

En ese momento me di cuenta de que era un monigote; que había perdido el control sobre mi misma. Decidí que solo seguiría la corriente.

La traumatóloga sugirió hacer un PET, una prueba diagnóstica, para ver si salía algo. Uno de los familiares saltó y dijo que no, que no metería nada radioactivo en mi cuerpo. Pues nada, pensaba yo. El otro familiar preguntó sobre la pregabalina. La respuesta fue que no sabía si era el causante, pero que lo siguiera tomando. Pues nada, a seguir mareada. Eso sí, en ningún momento se dirigieron hacia mí, ni me miraban. Que si, que era menor, todo lo que quieras, pero ¿ni puedo explicar mi sintomatología?

Salimos de la consulta, ambos familiares enfadados, uno por el PET y el otro por la mediación. Los dos hablando con sus contactos a ver que podían hacer. Yo mareada como una sopa y dudando de todo.

Luego nos fuimos para casa. Deseaba volver a clase. Era mi refugio. Donde los profesores y alumnos me creían. 

He pensado mucho el por qué ellos me creían. Seguramente sea porque eran los que pasaban más horas conmigo y eran conscientes de lo mal que lo estaba pasando. En ese momento, eran mi salvavidas.

"Los días nublados nos permiten apreciar lo que el sol no nos deja ver al cegarnos con su luz". Sonia Brúnar.

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