Creyendo ver el horizonte


Si os soy sincera, no me acuerdo mucho de lo que pasó a continuación. Ni del número de días que pasaron, ni de las citas médicas a las que fui ni de los exámenes que hice. Solo recuerdo que una tarde, cansados de ver como estaba de mareada y viendo que de la nada había aparecido un bulto en mi glúteo me llevaron a urgencias. Era un bulto enorme, que se veía sin necesidad de acercarse a mi. 

Entré en urgencias acompañada de mis padres. Recuerdo ver unos bancos delante de administración. Todo me daba vueltas y solo tenía ganas de vomitar. Me tumbé directa en el banco, como quién se tira al mar. 

Siempre recordaré las caras de las personas de administración. Caras de angustia y preocupación por verme así de mal. Estaba blanca, blanca de verdad, no como alguien que no toma el sol.

No soy capaz de visualizar como era el médico, pero me salvó. No físicamente, porque no hubiera muerto, sino psíquicamente. Estaba empezando a entrar en bucle con las mismas dudas que siempre me llevaban al mismo puerto.

Fue todo muy distinto. Primero quiso hablar conmigo. Sabía que no me encontraba bien y por eso intentaba hacer preguntas directas y que pudiera comprender fácilmente. Luego acabó de preguntar a mis padres. Cuando vio que tenía todo lo que necesitaba me exploró. Me hacía daño, pero como siempre digo y sigo diciendo, que exploren. Mientras exploren me da igual el daño que me hagan. Prefiero esto a que no miren el problema o que no tengan la información suficiente. 

Me sentó en una camilla y puso una silla al lado de mi. Mientras, contaba su conclusión. Había que parar la pregabalina. Eso era lo principal. Me haría una ecografía urgente pero mientras me daría un Tramadol. 

Hizo las exploraciones pertinentes y fuimos a hacer la ecografía. 

Cuando salí de su puerta de la consulta tenía algo. Algo. Tumefacción glútea localizada a estudio. No me lo estaba inventando. ¡No me lo estaba inventando! Lo repetía una y otra vez en mi cabeza.

Me derivó a Medicina Interna por consulta ambulatoria. La cita era la semana siguiente.

Pero la felicidad duró poco. Unas semanas más tarde acabé en la misma consulta de traumatología. No se cómo, y tampoco lo he podido averiguar, pero ahí estaba. La diferencia era que yo empezaba a creer un poco en mi misma. Al final fui a la consulta de neurocirujano, se ve que por segunda vez porque ya me conocía. Después de que soltara otra vez que en las pruebas no salía nada y preguntara a ver qué había dicho la psicóloga yo no pude más y me bajé los pantalones. No me había explorado, pero tampoco hizo falta.  Desde su mesa abrió los ojos con cara de sorpresa. Lo que ya no esperaba era que dijera: “Oh, ¡qué curioso!”. Y así se quedó aquella consulta, con el “oh, ¡qué curioso!”. 

Mi madre ya no podía más, porque con más inri aún había personas en mi entorno que aún no me creían, y volví a caer en las garras de la duda. Ya no creía que tuviera nada, porque sino saldría en alguna prueba, ¿no? ¿Y si el médico equivocado era el de urgencias? Era más probable, ¿no? Sí, dos contra uno, pensaba.

Volvimos al médico de cabecera. Al inicio. Buscó en su agenda algún médico internista que le gustara para derivarme a él.

Y así lo hicieron. A partir de aquí todo cambió. Dentro de lo malo, cambió todo a mejor. Por fin tuve a dos personas sanitarias que me creerían y serían muy importantes en un futuro próximo. Además, aunque suene extraño, mi regalo de navidad sería una biopsia.

Fueron las peores y mejores navidades de mi corta vida. Porque dentro de lo malo, había descubierto con quién podía confiar. 

Las otras personas aún a día de hoy dudan. Pero el mayor problema salió a la luz: la primera que tenía que confiar en mi misma era yo. Y en las próximas consultas conocería a dos personas que me ayudarían en el camino: mi cirujano y una enfermera.


"El cambio es la única cosa inmutable". Arthur Schopenhauer.

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