A la casilla de salida: mi psicóloga


Tres consultas pendientes: una con psicología, una con traumatología y una con neurología.

La primera creo que fue con mi antigua psicóloga. Era una chica muy simpática y siempre me había entendido. Creía que había vivido situaciones que me habían hecho desarrollar la inteligencia emocional de manera más rápida que el resto de los jóvenes de mi edad.

A todas las consultas, en principio, iba con mi madre. Ya que yo misma intentaba evitar a cualquier persona que no me creyera; no porque no quería escucharlos, sino porque me provocaban más sufrimiento que alivio. Además, la principal persona que dudaba de si el dolor era real o no era yo. Después de haber escuchado que era “psicológico” tantas veces, empezaba a creer que una parte de mi misma se lo estaba inventando para llamar la atención. Aún hoy en día sale a la luz esa parte en la que no lo creo hasta que los de mi alrededor tienen que llevarme a urgencias porque me mareo de dolor.

Bueno, pues ahí estaba, en la consulta de psicología donde hace 2 años había pasado tardes y tardes. Parecía tan lejos… Daba la sensación de que habían pasado años y que no era la misma persona.
La psicóloga primero habló con mi madre para saber el por qué volvíamos. Para saber el contexto.
Luego me llamó a mi e hizo salir a mi madre. La psicóloga sabía que había cosas que delante de mis padres no contaba por miedo, por una parte, y porque no quería preocuparlos. Además, consideraba que, aunque fuera menor podía tener una conversación fluida con ella. Me decía que era como si hablara con un adulto.

Pues nada. Le explico la historia que había explicado ya no sé cuántas veces. Y soltó la pregunta que tanto pánico me hacía:
  • ¿Pero por qué te han derivado a psicología?
Al principio no quería responder; no sabía que responderle. Pero le hice una pregunta:
  • ¿Cómo puedes saber que el dolor es real o no?
No sabía que contestar. El dolor es muy subjetivo, pero me tranquilizo diciéndome:
  • Sé que tienes dolor. Una, porque no estarías sentada de esta manera en la silla, retorciéndote. Dos, no te estaría costando hablar. Y tres, yo confío en ti. No montarías todo esto solo por llamar la atención, porque te conozco.
La verdad que me tranquilizó mucho en ese momento. Después le conté todo lo que había pasado en el ingreso y la situación familiar. Como suponía, me dijo que no podía cambiar lo que los demás pensaran de mí, ni, aunque fueran de la misma sangre. Pero sí que podía aprender de lo que estaba pasando y ganar confianza en mi misma, que siempre había sido mi punto débil.
Pero claro, estar en con una persona que confía en ti en una habitación no es lo mismo que estar expuesta a preguntas diarias para saber si el dolor es real o no. Las dudas volvieron a mí, pero al menos teníamos el papel para dar a la traumatóloga de que psicológicamente estaba bien y que no estaba mintiendo.
Mientras, seguía con las sesiones de fisioterapia. Donde hacía pequeños progresos, pero el bulto que él notaba seguía creciendo y muy rápidamente. Pero eso no me preocupaba: mi mente seguía preocupada en averiguar si el dolor era real o no.

"Lo único que necesitas es el coraje para creer en ti mismo y poner un pie delante del otro". Katherine Switzer.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Qué es el dolor crónico?

Entrar en Medicina