Mi primer especialista



Desde el día de la caída en la clase de educación física el dolor se había apoderado de mi. Cada vez me costaba más sentarme, y lo que peor llevaba era no poder caminar correctamente. Pasé de ejercitarme durante 5 horas diarias a no poder hacer nada. Sí, como podéis observar estaba obsesionada con el deporte, pero gracias a él desconectaba de lo que pasaba en el colegio. Además, era la vía de escape de la ansiedad que tenía diagnosticada, aunque ya hacía medio año que había terminado las sesiones con la psicóloga y la ansiedad no se manifestaba.

Cada día me costaba más ir al instituto. Menos mal de los compañeros, que viendo que cada día iba a peor, me ayudaban con todo. Me esperaban en la entrada para coger la mochila y me ayudaban a llegar a clase. Era complicado ya que mi instituto estaba formado por varios edificios separados uno del otro y no todas las clases eran siempre en el mismo edificio. Además, no había ascensor y tenía que subir escaleras. Así que decidimos ir a ver un especialista.

Recuerdo al primer médico que visité. Era un traumatólogo muy atento y comprensivo. Estaba preocupada por mi situación y eso se notaba en las consultas. Me recomendó ir a fisioterapia mientras me realizaba las pruebas que consideraba necesarias. Iba 2-3 veces a la semana. Cada sesión era más dolorosa, pero resistía porque confiaba en que mejoraría; que no podía ser peor que aquello.

Pero un día consideró que era necesario ingresarme para realizar un estudio más completo. Era normal, había pasado de cojear a tener que llevar muletas en solo unas semanas.

Ahí empezaron los problemas de verdad. Aún no se cómo, pero pasé de tener como médico a este traumatólogo a tener a otro. En principio no tenía inconveniente. Solo quería que el dolor se fuera y poder seguir estudiando. Lo que no sabía es que ese ingreso sería tan duro y me marcaría tanto que aún a día de hoy aparece en mis sueños.

"Hasta las cicatrices bien curadas vuelven a doler de vez en cuando" Anónimo.




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