11 días.
11 días. ¿Se dice pronto, no? Pues los recuerdo como si fueran 30. Y no por la situación de dolor, que ya de por sí era inaguantable, sino por el ambiente que se había creado alrededor mío.
¿Recordáis que pasé por una etapa de ansiedad y depresión? Pues la mitad de mi familia consideraba que aún no la había superado. Pero es curioso, ya que era la mitad de mi familia que menos tiempo pasaba conmigo.
Desde que pasó esto no hemos vuelto a ser lo que éramos antes. Y es triste, porque quieras o no siento que es de alguna manera culpa mía.
Pero volvamos al día del ingreso. Yo tenía 15 años. Esa edad en la que aún los padres te esconden según que tipo de información y, además, hablando claro, no vales nada en las decisiones médicas o así me lo hacían entender.
Mis padres ya se habían peleado porque como digo, había una especie de lucha entre familias. Una decía que como me había cambiado de instituto y, además, había pasado por un proceso depresivo, todo esto era para llamar la atención. Y no los culpo. Es decir, no por creer que era que quería llamar la atención, sino por crear ese ambiente rancio en mi familia. Y sí, lo escribo con el miedo de que algún día lo lean, pero no puedo guardármelo más en mi interior.
La otra parte de mi familia no sabía cómo reaccionar al principio, porque la situación era tan surrealista que entraron en un estado de shock hasta que pasaron unos días.
Y así entraba por la puerta del hospital, con mi madre al lado, que pensaba que no me daba cuenta de nada. Y yo con dos miedos: uno porque no entendía que estaba pasando en mi cuerpo, el por qué tenía tanto dolor y con más inri el por qué no salía nada en las pruebas que me habían realizado, y por una posible separación de mis padres por mi culpa.
En la habitación con mi madre me encontraba lo más a gusto que me podía encontrar. Pero cada vez que venía la especialista me entraba el pánico porque cada día hablaba con alguien conocido que no me creía. La frase: “esto es psicológico”. Bf… Cuántas veces la escuché. Unas 50 en 11 días. Y mientras yo empeorando…
Sí, me lo cuestioné todo en esos 11 días. Si el dolor era real, si tenía algún trastorno psiquiátrico, si había vuelto la ansiedad, si realmente mi propio interior mentía sin que yo me enteraba, si la pared era blanca y hasta si mi pierna izquierda era la izquierda y no la derecha. Cada vez me hacía más preguntas y más preguntas.
2 resonancias magnéticas, un electromiograma y una ecografía más daban la razón al "diagnóstico" de que llamaba la atención.
“Pero es que tiene que ser real. No puedo ni levantarme”. Decía para mi. Y otra vez a cuestionármelo todo.
- Empezaste a chillar mientras intentabas comer. Vino la enfermera y tuvo que llamar a urgencias porque no parabas y solo señalabas la nalga. Luego te dio algo en el suero y te dormiste – me contó.
Pero se ve que en la noche me desperté.
- Querías ir al baño. Te levantaste y caíste al suelo. Como pude te levanté y te puse en la cama. Reías a la vez que llorabas.
Yo no me acordaba de nada. Solo de que mi madre debía decir la verdad porque mientras lo contaba lloraba.
Unos días después nos dieron el alta con varias citas programadas: neurología, traumatología y, como no, psicología. Mientras, enantyum, paracetamol y lyrica.
¿Os acordáis de que había entrado con muletas? Pues salía con silla de ruedas. Lo que tuvo que pasar mi madre para conseguir una silla. Y no para conseguir la silla en sí, sino para que los familiares dejaran que yo la usara.
Ya me veis a mí, con ganas de estudiar medicina, de no perder el curso para poder ir a bachillerato, con todas mis dudas interiores que me habían creado los demás, sin poder comunicarme con nadie porque no había tenido tiempo a hacer amistades, y con mi nueva silla de ruedas.
Mi nuevo objetivo era: ir a clase sin morir en el intento.
Os daré tres pistas: esterilla de yoga, un cojín y profesores/as en forma.
"La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro es solo una ilusión persistente". Albert Einsten. |
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